Cuevas
La cueva del Moro Chufín se localiza en un paraje de singular belleza del valle del río Nansa. A pesar de que el entorno está modificado por la construcción del embalse de La Palombera, su situación en una zona de acantilado, la densa vegetación arbórea y la presencia constante de agua hacen que la visita se convierta en un continuo disfrute.
Su espacioso vestíbulo ha sido testigo de importantes ocupaciones humanas acontecidas hace unos 15.500 a.C. e incluso en momentos anteriores. Desde la boca de la cueva hubo de tenerse una percepción privilegiada del valle, lo que la convierte en un excelente cazadero.
Además, en este espacio los moradores prehistóricos grabaron figuras sobre la roca. Numerosas ciervas, un bisonte, algún posible pez y diversos signos realizados, todos ellos, en surco ancho y profundo, consecuencia de la técnica de abrasión, aparecen concentrados principalmente en un panel bajo el cual una pequeña abertura da acceso al interior de la cavidad.
Al borde del río Pas y a su paso por Puente Viesgo, se alza el Monte Castillo, una elevación caliza de forma cónica que esconde en su interior un intrincado laberinto de cuevas frecuentadas por el hombre durante al menos los últimos 150.000 años.
Entre esas cuevas, cinco de ellas con manifestaciones rupestres paleolíticas, destaca la de El Castillo, descubierta por Hermilio Alcalde del Río en 1903, y objeto de numerosos trabajos arqueológicos, cuyos resultados son referentes científicos para la comprensión del desarrollo y comportamiento humano durante la Prehistoria en el sudoeste de Europa.
Su depósito estratigráfico, de unos 20 metros de potencia está situado en la zona exterior a modo de abrigo, y contiene evidencias de ocupación humana. Gracias a su registro arqueológico es posible tener un conocimiento de las condiciones ambientales, de la flora y fauna, de la anatomía humana, del desarrollo tecnológico, de las actividades económicas y del comportamiento social y simbólico de los últimos 150.000 años
Al borde del río Pas, a su paso por Puente Viesgo, se alza el Monte Castillo, una elevación caliza de forma cónica que esconde en su interior un intrincado laberinto de cuevas frecuentas por el hombre durante la Prehistoria.
A unos 675 metros de la conocida cueva de El Castillo, y siguiendo por el camino que bordea el monte, se abre la cueva de Las Monedas, la de mayor recorrido de las cavidades conocidas en el Monte de El Castillo.
En el momento de su descubrimiento, en 1952, se la denominó la “Cueva de los Osos”. Al poco se observaron en diferentes salas improntas de una bota con tres clavos en el talón. Siguiendo las huellas, se localizó en una profunda sima de 23 metros, un lote de 20 monedas de la época de los Reyes Católicos, una de ellas resellada en 1503 o 1563. Estas monedas, perdidas o escondidas en la cueva por un anónimo visitante del siglo XVI, son las que dan nombre hoy a la cueva.
La cueva de Hornos de la Peña se localiza en la peña conocida por los lugareños como Peña de los Hornos. Orientada al sur, la zona de entrada destaca en el paisaje por su forma en arco.
Desde 1903, momento en que Hermilio Alcalde del Río reconoce las primeras manifestaciones artísticas parietales, se tiene constancia de la importancia científica de esta cueva.
La amplitud e insolación del vestíbulo fueron atractivos para los últimos grupos de neandertales y los primeros Homo sapiens, que ocuparon su zona más exterior, como lugar de habitación. En momentos más recientes, durante la Edad del Cobre e incluso durante la Guerra Civil, se hizo uso de este espacio subterráneo con fines diversos.
Hornos de la Peña muestra uno de los conjuntos de grabados más completos de la región cantábrica. Las primeras figuras, algunas hoy desaparecidas, se sitúan en la zona exterior. En este espacio del vestíbulo debe destacarse un caballo de surco ancho y profundo.
En el corazón del valle de Camargo, próximo a la localidad de Escobedo, se encuentra esta cueva de amplia boca y vestíbulo de dimensiones monumentales. Fue excavada en 1878 por Marcelino Sanz de Sautuola y desde ese momento ha sido objeto de numerosas exploraciones arqueológicas que han culminado con el descubrimiento de un importante panel de pinturas rojas en 1997.
El estudio de su yacimiento arqueológico ha aportado información clave, al igual que en El Castillo, para el conocimiento del comportamiento humano, la evolución humana y tecnológica, a través del Hombre de neandertal y el Homo sapiens. De este modo, su secuencia estratigráfica y arqueológica, que se inicia al menos hace unos 82.000 a.C. y alcanza hasta el 1.500 a.C., están en el punto de mira de las discusiones científicas.
Al pie del Monte Pando, la Cueva de Cullalvera, conocida desde siempre por los lugareños, forma parte de un complejo cárstico de gran desarrollo, aproximadamente 12 kilómetros, donde la acción del agua y el tiempo sobre la roca han configurado una cueva excepcional.
Es una cavidad de grandes dimensiones con una espectacular boca de entrada de la que sale una fuerte y fresca corriente de aire que acoge al visitante. El entorno es un espacio mágico, ya que su gran boca de entrada emerge de un frondoso encinar cantábrico de gran valor ecológico.
Su interior, acondicionado para personas con minusvalías, está preparado con una pasarela. La visita se inicia con un audiovisual donde se explica al visitante los rasgos paisajísticos, patrimoniales, económicos y sociales de la comarca del Asón en general y de Ramales de la Victoria en particular.
Iniciada la visita hacia el interior, un espectáculo de luces, sonido y agua, introducen al visitante en la historia de la cueva, desde épocas remotas de la Prehistoria, cuando los primeros Homo sapiens habitaron el vestíbulo y pintaron animales y signos a varios centenares de metros de la entrada, hasta la Edad Contemporánea, cuando durante la Guerra Civil Española fue la cavidad utilizada como centro del Parque Móvil.
La cueva de Covalanas es popularmente conocida como la cueva de las ciervas rojas. Se localiza en la ladera noreste del Monte Pando, encima de la cavidad de El Mirón. Esta última, utilizada como lugar de habitación durante, al menos, los últimos 45.000 años.
Fue descubierta en 1903 por el padre Lorenzo Sierra, en colaboración con Hermilio Alcalde del Río, dos figuras claves de la investigación arqueológica en Cantabria. Su descubrimiento se enmarca dentro de los orígenes de la ciencia prehistórica y más en concreto del arte paleolítico, al ser la segunda cavidad con arte paleolítico descubierta en toda la Cornisa cantábrica tras Altamira (en 1879).
Es una cueva de reducidas dimensiones que presenta dos galerías que comparten una zona de abrigo exterior, aparentemente no utilizado como espacio de hábitat. Una de sus galerías, situada a la derecha del abrigo, alberga pinturas rupestres paleolíticas.